domingo, 19 de julio de 2009

De Nan

dónde dejaste la clave para tanto argot, pisaste las necias tibias,atesoraste tanto disvalor. en el fuego ubicuo de tus partes,los peces de texturas quietas,todos colas,todos patas,toman al hipocampo de miel azul.

martes, 14 de julio de 2009

Con Lucila (Desde “Giran las agujas” hasta “ha dicho un hombre que es imposible hacer poesía después del horror”)
Como una parca haciendo con su guadaña el símbolo del infinito. El solo movimiento de sus brazos lastima al aire, desgarra cualquier superficie respirable. Y las partículas de vida sobreviven a la matanza, se apuran a escapar pero mueren en alguna tanda de golpes, son cacheteadas en el espacio y mueren al (en el) siguiente manotazo.
Es el tiempo de la guerra que mece su cabeza y avanza pisando grandes clavos que traspasan sus pies y rompen sus zapatos dejando sólo coágulos que imitan al cuero.
Su marcha militar va hacia atrás con la espalda vuelta al sol, se quema su nuca pero sus ojos se entumecen en el gris, en los rayos que se proyectan en su espalda
volviendo ciegas sus visiones. Ahora las manos garabatean a latigazos semicírculos que también retroceden en el espacio aéreo. Se engendran a la altura de sus hombros y hacen una parábola contracturada y vuelven a morir en el nivel en que nacieron. Es como si se dirigiera una música repetitiva que termina siempre en el mismo golpe.
Después de las bombas, cuando sus manos ya han arrancado pedazos del vacío (siempre de derecha a izquierda pero en distintos niveles) clava las uñas a la altura de su cara y arranca estampas invisibles de aire desocupado.
Cuando no hay más espacio sano en el campo lo único que queda clavado es su cabeza pero entre su pecho: la pera a la altura del corazón, sentado con una pierna estirada, casi muerta y con la otra contraída en forma de triángulo. Luego de tanto deshacer a fuerza de arranques la única creación posible es el girar sus dedos gordos en círculo: un dedo persigue al otro y los dos dan vueltas en la misma órbita.